jueves, 13 de marzo de 2008
Janeth Hinostroza perdió mi respeto
A veces veo "30 Minutos Plus" de Janeth Hinostroza. O al menos, lo veía. El sábado anterior no se dio el caso, pero, por una coincidencia, cambié de canal a tiempo para ver el ya afamado video en el que la periodista aborda al presidente de la República en medio de una multitud, y no recibe respuesta a su pregunta (algo así como cuáles, o cuántos, ecuatorianos han sido secuestrados por las FARC - al momento no interesa). Lo que sí me interesa, y me decepciona, es la reacción de la señora Hinostroza. No soy ingenua como para creer que a los periodistas nunca los trataron como a ella: sabemos que es parte de su trabajo el "meterse" a como dé lugar al lugar donde se encuentran las respuestas, a riesgo de recibir maltrato físico y verbal. Y opino que, si alguien escoge tal profesión, tan honesta y digna como cualquier otra, debe estar dispuesto a aceptar lo malo con lo bueno, y tragarse los insultos y maltratos físicos con tal de descubrir la verdad, o al menos, alguno dato "sabroso" que les ayude a elevar el rating. Incluso ella misma afirmó que lo que hizo es un método legítimo de periodismo, siendo así válido mi punto.
Pero me desvío. Lo que me decepciona, realmente, no es que la señora Hinostroza se haya metido a interrogar al presidente, sino que, después, no tenga ningún reparo en denunciar el maltrato físico y verbal que recibió como algo fuera de lo normal. Consideremos la situación por un momento: habían decenas - si no un ciento - de personas alrededor del presidente, apretujándose contra él, mientras sus edecanes abrían paso al mandatario; que a alguien le hayan halado el cabello, empujado, codeado, roto una uña, me parece de lo más normal en tal situación. La señora Hinostroza interpeló al mandatario, el cual respondió que no haría declaraciones, lo cual me parece una demostración de compostura, en medio del caos de gente en el que encontraban. Pero la señora Hinostroza no quería desistir (admirable para un periodista, pero no tanto...); repitió su pregunta una y otra vez, abriéndose paso a empellones a través de la gente para colocarse frente al presidente e interpelarle otra vez - personalmente, no sé qué era lo que quería: ¿tal vez que el presidente saque de su bolsillo la lista que ella pedía y se la lea completa, con nombres y apellidos? Por supuesto el mandatario, manteniendo la calma y claramente evidenciando su intención de no entrar en la pelea, ordena a sus edecanes que retiren a la señora Hinostroza de delante suyo, lo cual es obedecido prontamente. Cierto, le llamó "majadera" y "malcriada", pero igual hubiera hecho yo, si puedo ser honesta, con cualquier tozudo que se me plante delante con una pregunta que no puedo, no quiero, o no me interesa responder en el momento, especialmente después de haberle dicho que no la voy a responder en ese momento, ¿no les parece?
Y aquí viene lo bueno. Los edecanes se apoderan de la señora Hinostroza - no hay otra palabra para ello: en medio de tal caos, cualquier guardaespaldas que se respete debe tratar y manejar a tales personas como obstáculos, si quiere proteger a su cliente - y la señora Hinostroza, ni corta ni perezosa, se lanza a agredir a los hombres que le impedían el paso, golpeándoles con su micrófono y vociferando contra ellos, al más puro estilo Britney Spears o Jennifer López contra los papparazzis. Lo cual me lleva a preguntarme algo: ¿acaso la señora Hinostroza, confiada en la popularidad de su programa de televisión, esperaba que el presidente la reconozca como a una celebridad, levante su brazo majestuosamente para detener a la multitud, y brinde todas las respuestas que la periodista exigía? ¿Es eso lo que le molestó en verdad? ¿Acaso fue su orgullo, no su práctica periodística, lo que terminó herido al final, ya que fue tratada - ¡Dios nos libre! - como cualquier hija de vecino?
Por esa razón, Janeth Hinostroza ha perdido mi respeto como periodista. Y lo que es peor, su credibilidad. Es cierto que un buen periodista debe buscar respuestas a como dé lugar; sin embargo, que un periodista saque a la luz uno de sus intentos, y se declare la víctima sólo porque no le resultó su método periodístico me parece, no solo de mal gusto, sino poco profesional e insulso, algo que brota más del deseo de desquite que de una legítima sed de justicia, y que de ninguna manera se gana mi compasión, y mucho menos puede, siquiera, conservar mi respeto.
Elizabeth.
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